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El primero fue en un rascacielos
y le supo a puñetazo en un beso.
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El segundo fue casero
y se lo hizo un romántico
con flequillo largo
y ojos pequeños.
*
El tercero fue en un palacio
de esos que inventan los cuentos.
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Hubo otros, en lugares fiables
y en garitos sosos y feos.
En vaso de plástico, una vez
sin naranja ni hielo. Todos buenos.
*
Se tomó uno en un bar hortera
y sorprendió al camarero.
‘Las mujeres nunca piden negronis’
le dijo, con admiración
y ella se perdió en un pensamiento
divertido y lento.
Se hubiera fumado un puro allí mismo
para toser y hablar
de cómo trabajar
sin prestar atención al tiempo.
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El último fue en Barcelona
y le borró la memoria.
Le supo a puñetazo en un beso.
Le hizo pensar algo, que no recuerda.
Le hizo desear piedras,
máquinas de escribir y ruedas.
La puso en marcha
la confundió y le abrió puertas nuevas.
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