Fui a un espectáculo de tango en el centro cultural Borges y no me convenció… hasta que me di cuenta de que necesitaba verlo bajo el tipo de lente que usa David Lynch. Entonces sí, tenía más elementos de fascinación, a pesar de los problemas técnicos con el micro, el runruneo del ‘humo escénico’ y los varios moratones en las increíbles piernas de las tangueras. (Por supuesto, el raído terciopelo del telón y las sombrías caras – casi máscaras- de la orquesta fueron clave para crearme un universo lyncheano perfecto)
Mi problema no eran los bailarines, que eran buenos, ni el cantante, que era decente, ni los músicos setentones, que eran brillantes. La barrera era esa sensación agobiante de estar presenciando un arte desde un punto de vista exclusivamente nostálgico, falto de frescura e innovación o re-interpretación contemporánea
El flamenco más penetrante que he presenciado se siente siempre vivo, completamente actual y relevante a 1997, 2003 o 2014, no una versión de 1920 o 1950.
Quizás, simplemente, sigo sin entender bien el ‘alma porteña’ (al menos, la que te presentan en paquete con un lazo). Quizás fui al espectáculo equivocado (lo más probable). Pero sospecho que no es sólo eso y que veré algo mucho más convincente cuando consiga entrar en una milonga. Un par de cincuentones o sesentones amateur seguramente pueden comunicar más sobre lo que es sentir un tango real y contemporáneo de lo que transmiten un trío de treintañeros profesionales que yo no puedo evitar sentir están fingiendo.
Si realmente, estos treintañeros no fingen, lo que me gustaría es verlos en un espectáculo donde vistan tan exagerados como quieran pero con la exageración de hoy, donde me sugieran el Buenos Aires que intuyo cuando paseo en Palermo, y Recoleta, incluso el horterilla ‘nouveau riche’ de Puerto Madero, el generalista consumista de la Florida en Microcentro, no sólo las antigüedades envasadas de San Telmo o el colorido (majete, pero acartonado) de Caminito.
Amigos porteños, disculpad mi tonillo repelente. He decidido quedarme en Buenos Aires mucho más de lo que planeaba, pero sigo batallando un poco entre la impresión ‘ciudad-museo de cera’ de las zonas tangueras, y ‘ciudad-indie-global’ de Palermo
Sé que debo seguir pelando esta cebolla, y lo haré…
PS: En el fondo, quizás lo que pasa es que Valparaiso, con todas sus contradicciones, y bien más allá de la joyita turística que es Cerro Alegre, fue un ‘love at first sight’. En Buenos Aires, este amor hay que currárselo más…