Azul | Sepia     [Audio]

…con brillos de chicle rosa fluorescente

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La Havana te embriaga con su exuberancia de buenas a primeras.

¡Chof!

El calor, la humedad te inundan piel y sentidos y ya no hay escape.
Aquí estás, sudando y absorbiendo al tiempo.

Se te salen las neuras y preocupaciones, a chorros o a gotas, mientras te invaden los colores pastel, las tipografías Decó, los agujeros del pavimento, las zarzas y cables que vomitan los muros a tu alrededor, el polvo sepia de tanto palacete urbano, el azul eléctrico de tanta puerta y ventana y auto y lámpara y vestido despampanante que somos cubanos y nos gusta el mar.

Paseas y no es fácil agobiarse. Rodeada de extraños que sudan tanto como tú y te miran y dicen [preguntan, ofrecen] cosas casi todo el rato [taxi | mojito | ¿ya almorzó?] pero nunca molestan. Porque no insisten. Porque van con calma. Con gracia. A un ritmo que funciona, que todavía funciona, porque nadie está agotado del intercambio y la posibilidad de… Visitante, turista, local, afincado, aprovechado, tunante, qué sé yo, aquí estamos todos, echando suerte y paseando y pasando calor; calor, mucha pero con tanta placidez que emborracha. ¿Por qué me siento tan bien tan inmediatamente entre desconocidos?

DSC00122La Havana no es un parque temático pese a tener pinta de postal. No es un circo pese a las masas crecientes de mirones. No es una trampa pese a los agujeros y las grietas y la mugre [descarada y preciosa] que adivinas tras cada puerta. No es tu imaginación pese a que es imposible no ensoñarse. Lo que ves parece una fantasía nostálgica pero en cambio te rodea y te toca [si te dejas] y te recuerda que es exáctamente lo que tienes delante de tus narices.

Claro que es mejor perderse a seguir el rebaño. Y perdida, La Havana te embriaga aún más. No te permite asustarte; no hay tensión ni amenaza, aunque la quieras buscar. Calles desiertas [pocas] y caras de extraños, son todas intensamente afables, te dejan cómoda y tranquila, pueden ofrecerte un guiño [si te interesa] y si no, pues pásalo bien por tu cuenta que no nos amargaremos. Es un diálogo e intercambio fácil entre mirona y mirado.

La Havana se deja ver, enmarcar y capturar, sin resistencias. Te sonríe y te observa al tiempo. Mientras miras, te cautiva a tí, sin atraparte ni ahogarte.

 

InteriorPalacioSepia y azul. Son los colores dominantes.

>>Un sepia dormilón y oxidado se desangra en fachadas y patios – esos que se caen a trozos, pero con tanto encanto. Es el beso de los huracanes, muchos, que han dejado a esta ciudad despeinada y medio coja pero impregnándola de un glamour [trashy, un tanto bajero y súper-seductor] irresistible.

>>El azul te viene a tortazos. Súper intenso. Enmarcando, acentuando, provocando siempre. Te viene directo y te deslumbra. Azul, azul de ciudad al mar, azul para beberte puertas y ventanas y automóviles. Te atraviesa este azul y te hace pensar ¿por qué hay tan pocas otras ciudades que se atrevan con ello?

Hay mucho pastel también. Muchas casas dulzonas, casi empalagosas, danzando como nubecitas por encima de las chapuzas en sepia, de los cables y las basurillas amontonadas en el rincón de la acera. Y hay mucho chicle. Chicle rosa y fucsia y naranja y verde menta. Sobre ruedas. En technicolor. Para llevarte al malecón y a tu versión particular de los años cincuenta.

Los balcones están abarrotados de ropa y plásticos. Tenderete. Tenderete. Tenderete. Las escaleras de interior se retuercen y se ríen con dientes encariados. ¿Te atreves a subir? ¿Te atreves? ¿Te atreves? Las puertas están siempre enseñando entrepierna. Descaradas. Te invitan a sumergirte en el polvo y suciedad de su vientre. Miro, sin pasar. Voyeur, hechizada. Veo contadores parados. Veo tubos y tuberías. Veo grietas y agujeros. Veo cal desparramada y una lámpara que no ilumina. Veo una fantasía intensa y cansada. Esta casa. Este piso. Este palacio. Veo un espejo. Sillas vacías. Muchas sillas. Medio podridas y tan hermosas que me escuece mirarlas. Qué belleza terrible. ¿Qué me enseñas? No voy a poder hacer nada por tí. Te miro. Gracias. Me encantas. Sigo andando. Gracias. No sé qué puedo darte. Mi sudor, quizás, que brota a borbotones y me hace verte en cámara lenta, oirte tamizada, olerte como se huelen las nieblas.

Rebaño de turistas. Me aparto. Daiquiris a go-go. Almendrones. El Ché [en algodón barato]. Un puro, venga. Botella de ron, pon dos.

Desde la piscina de la atalaya se ve el mar y los bulevares. Los chicos saltan en su patinete, sorteando almendrones color chuchería picante. Las chicas están sentadas, en shorts shortísimos y pony-tail. No oigo lo que dicen. Veo a las señoras en su balcón, sorteando trapos y trastos [tenderete. tenderete]. Veo a los señores parados, pensando, en camisa beige y sombrero. Son gordos y son flacos. Los niños corren siempre, en camiseta de algodón barato [sin Ché]. Veo los depósitos de agua. Azules, azules. Siempre azules. Veo la melena indomable de los cables. Colgando. Trepando. Saliéndose de todo. ¿Hay cuántos? ¿Cuántos, cuantísimos hay? Ay, ay, qué montaña imparable de plástico.

Miro a mi alrededor. Hotel. 5*. Pocas tumbonas. Una banda canturrea y exhibe CDs. Los mojitos van y vienen. La señora a mi lado me sonríe. Bolsa de plástico al lado. Botella de ron, asomando. Sin toalla. Cuatro revistas, en su mano.

No estoy alojada aquí. Vengo a bañarme. Trabajo en Holanda dos meses al año. Vivo en La Habana diez. Veinticinco años así. Viviendo, con nada. Feliz.

Buena vida. Sin nada. Con los trozos de tanto roto en polvo, colgando.

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Azul y sepia. Con brillos de chicle rosa fluorescente.

Cómo no adorarte, La Havana….

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